martes, 2 de marzo de 2010

CERO GRADOS CELSIUS

Pim pam pum, ya estamos en marzo. Ya está otra vez el tiempo saltándose las normas y corriendo más de la cuenta… Aunque de vez en cuando, no viene mal un poco de saltos con pértiga…

El caso es que febrero acabó con un grande entre los grandes, Joshua Bell –el hombre que comprobó por si mismo que el talento no es sinónimo de reconocimiento- y su violín, nos mantuvieron en vilo durante dos horas mágicas, en las que a más de uno, se nos olvidó respirar. En mi caso particular, con una sonata de Saint-Saens y otra de Ravel indescriptibles. Maestros ejecutados por maestros.



Resulta gratificante comprobar que hay personas en este mundo que eligieron bien su profesión, y se dedicaron a aquello que no sólo saben hacer mejor, sino que les hace felices –no había más que verlo- y provocan la congelación del tiempo compartido.

Esa noche había en el aire un olor a tiempo. La idea era divertida. ¿Qué olor tenía el tiempo? El olor del polvo, los relojes, la gente. ¿Y qué sonido tenía el tiempo? Un sonido de agua en una cueva y unas voces que lloraban y una voz muy triste, y unas gotas sucias, y un sonido de lluvia. Así era cómo olía el tiempo, como sonaba y qué parecía. Y esta noche, casi se podía tocar el tiempo.

Ray Bradbury. Crónicas Marcianas

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