domingo, 20 de abril de 2014

DESDE LAS ALTURAS



Por fin parece que llega un poco de calma en este huracán que se empezó a fraguar hace unos cinco meses: prepara mudanza, cierra etapa, despídete de todo el mundo, pasa vacaciones de Navidad, visita a todo el mundo en dos ciudades diferentes, toma cervezas, cafés, cenas, sal, juega con tus sobris, disfruta de tu familia, llegada a Paris -piso número 1-, empieza etapa, disfrútala, queda con la gente que tienes aquí, múdate al piso número 2, recoge tus cajas de tu etapa anterior pero no las abras, que no caben, ve a clases de francés, exprime Paris, trabaja muchísimo porque el tiempo avanza, inexorable, empieza un segundo trabajo, vete a trabajar dos semanas a la otra parte del mundo, imparte cinco seminarios, encuentra otro piso -el número 3-, celebra tu cumpleaños, múdate al piso número 3, consigue las cosas básicas y necesarias que faltan, vuelve a irte unos días de trabajo y otros de vacaciones, compra regalitos para tus sobris, revisita a todos tus amigos, más cenas, cervezas y salidas, disfruta de nuevo del calor de tu familia, para finalmente…

... llegar a la calma. A la paz de mi hogar -el previamente conocido como número 3, a partir de ahora mon petit- donde por fin tengo casi todo fuera de sus cajas, sólo me queda algún detalle que conseguir, empiezo a conocer mi barrio –el centro de Paris- y puedo comenzar a construir una rutina salpicada de cosas que no sean estrictamente necesarias… Comprar mis ramos de flores, perderme sin rumbo por mi barrio, comer sano, hacer deporte, quedar con amigos, desayunar un domingo a la francesa … Lo cierto es que muchas de estas cosas ya las hacía antes, que yo siempre fui de quitarme horas de sueño antes que otras cosas. Y si bien han sido meses de mucha actividad y mucho caos, casi todo es totalmente apetecible: tengo amigos, gente que me quiere y me echa de menos, trabajo, salud, energía… Y encima, la Republique –mi vecina- me abre los brazos y me guiña el ojo cada vez que me ve –al menos dos veces cada día-.

En fin, parece que finalmente puedo decir, que tengo mi hogar, un sitio pequeño, pero delicioso en el corazón de Paris, y con ello me pinto una gran sonrisa al saberme bendecida por un sueño solidificado más de esos que esbocé hace mucho tiempo. Ahora a llenarme de la magia construida, invitados estáis.

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