domingo, 30 de agosto de 2015

LA IMPOSTURA (Y LA SUERTE)

¿Y si me caigo?
Oh, pero querida,
¿Y si volaras?
 

Hace unos días le estaba dando vueltas al concepto de la suerte. Pensaba en lo extendido que está el que a la gente que tenemos una vida bonita y las cosas nos van bien, se nos suponga que somos afortunados poseedores de un sucedáneo de trébol de cuatro hojas y gracias a eso, la vida nos sonríe. Pensaba en lo fácil –pero tonto también- que es suponer que a ti no te ha tocado la suerte y quedarse de brazos cruzados hasta que ésta aparezca.

Pues no señores míos: la buena suerte es cosa de uno mismo. Se consigue a partir de mucho trabajo, mucho sudor, muchas lágrimas, muchas preparación, muchas ganas, mucha sencillez, mucho agradecimiento y sobre todo, y más importantemente, una capacidad –que, de nuevo, se puede aprender a tenerla- de saber extraer las consecuencias de las cosas que no salen tan bien. Voilà. De hecho, hay un cuentito precioso que explica perfectamente a qué me refiero. Lo podéis encontrar aquí –y que rule-.

El caso es que pensaba en esto en relación a un síndrome bien conocido dentro del mundo científico –aunque sospecho que existe también en otro ámbitos-: el Síndrome del impostor. Este síndrome se refiere a la sensación eterna que tenemos dos de cada cinco científicos, sobre todo mujeres –según alguna estadística que he leído por ahí- de que no valemos para esto, pero que la gente no se ha dado cuenta porque hemos tenido suerte hasta ahora; de que somos un fraude y el día menos pensado nos desenmascaran. Si queréis leer más, hay mucha páginas por Internet, por ejemplo aquí, aquí o aquí.

Entonces, si por un lado, estamos convencido de que la suerte no existe, pero por otro pensamos que nadie se da cuenta de que no somos muy buenos científicamente es porque tenemos suerte… tenemos una contradicción importante, ¿no? Y como científicos, no nos las podemos permitir. No lleva mucho tiempo darse cuenta que, en realidad la gente que padece o hemos padecido este síndrome es incapaz de juzgarse a sí misma –de la misma manera que una persona anoréxica jamás podrá juzgar si debe perder peso o no hasta que haya superado su enfermedad-.

Por lo tanto, científicos del mundo, ¡no sois (somos) un fraude! Somos personas inteligentes que hemos llegado a donde estamos con mucho esfuerzo. Ahora, que la recompensa sea más bien un “ay, lo siento, es que no has hecho suficiente” por parte de la institución o gobierno X, no ayuda demasiado a aliviar el síntoma, estoy de acuerdo. En realidad lo que quieren decir es: “ay, lo siento, no hay dinero para todos, pero como no queda muy bien para las elecciones, os hacemos creer que el problema los tenéis vosotros”. Cuidadito institución o Gobierno X, que el día que nos quitemos el síndrome del cuello definitivamente y nos demos cuenta de que podemos hacer bastante otros trabajos donde se valoren la cantidad de virtudes que tiene un científico, lo mismo el país vuelve a la edad de Piedra. Ala, ya lo he dicho. Perdonad la chapa de antemano.

No hay comentarios:

Publicar un comentario