martes, 6 de octubre de 2015

UN PATIO DE VECINOS


Todos sabemos que no hemos escogido el lugar donde nacer, ni nuestros genes, ni nuestra época, ni nuestro sexo, ni incluso, nuestro carácter –cuanto más observo a mis sobrinos, más convencida estoy de esto último-. En cualquier caso, eso implica que tampoco hemos escogido a nuestros vecinos geográficos y de eso, me di cuenta hace bien poco, por evidente que parezca.

El caso es que en España –sobre todo los que somos del norte- siempre nos pareció de lo más natural encontrarnos por el pueblo a un francés que había venido a comprar tabaco y, de paso, se había dado una vuelta. O, ir a comprar queso al otro lado de los Pirineos. O, -sobre todo los que son del oeste-, ir a comprar toallas y albornoces a Portugal. Es decir, de una manera u otra, siempre hemos tenido la presencia de nuestros países vecinos muy presente y como tal, eso nos ha generado una relación muy diferente que con la que puede ser con Alemania por ejemplo.

Sin embargo, el otro día en Suecia, me di cuenta que sus referencias vecinales con completamente diferentes. Los suecos se pueden ir a pasar el fin de semana perfectamente a Finlandia, Dinamarca o Noruega y, si tienen un puente largo, quizá se acerquen hasta Rusia: Madre mía, ¡Rusia! Pero si eso está allá donde Cristo perdió el mechero –pensaremos más de uno-.

O, el caso de los países centroeuropeos y pequeñitos como Suiza. Suiza está rodeado de Italia, Francia, Alemania, Austria y Liechtenstein, este último de esos países que sabes que existen porque un día lo estudiamos como uno de los países diminutos. Y ahora resulta que si eres suizo, lo mismo te das un garbeo a comer fabada allí, que la hacen muy buena. El caso contrario se da en casos como Irlanda -ya de Islandia ni hablamos- que sólo tienen como vecino a su eterno enemigo, Inglaterra. O países como EEUU donde muchos piensan que todo aquel que hable español debe ser de México.

Por otro lado, no he mirado estadística pero pongo la mano en el fuego a que un mínimo del 90% de españoles no saben situar Eslovenia y Eslovaquia geográficamente. Sin embargo, si eres italiano -y más aún del norte- estarás acostumbrado a ver el cartel de "Eslovenia 100 km" y no tendrás ninguna duda al respecto.

En fin, me resultó ciertamente curioso comprobar –una vez más, de hecho- que el punto de vista del observador influye tremendamente en su percepción. No se qué hubiera sido de nosotros sin en la Pangea nos hubiera tocado en otro sitio –no puedo dejar de recordar ese puzzle de Europa que junté infinitas veces cuando era pequeña-. ¿Dejaríamos de llamar gabachos a los franceses? ¿Seríamos grandes amantes de la Oktober Fest? ¿Cocinaríamos el gazpacho como la musaka? Nunca lo sabremos, pero tampoco está de más ser consciente de nuestro marcado carácter geográfico.

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